Los niveles de concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera aumentaron a una velocidad récord en 2016. El mayor incremento de los últimos 800.000 años, según la Organización Mundial de la Metereología (OMM).
Una realidad que se debe a un sinfín de actuaciones irresponsables con el medio ambiente, que han encontrado en ‘El Niño’ (un fenómeno meteorológico con efectos devastadores a lo largo de 2015 y 2016 en diferentes zonas del mundo) su peor aliado para evitar esta situación extrema a la que hemos llegado con la emisión de gases de efecto invernadero.
Las sequías, el deshielo en el Ártico y en otras regiones glaciares, el incremento del nivel del mar o las cada vez más altas temperaturas son algunas de las consecuencias palpables de la llegada del cambio climático. Un proceso que se ha visto acelerado por la deforestación, la industrialización, el crecimiento demográfico o el uso indiscriminado de combustibles fósiles (entre otros muchos factores). Actuaciones humanas que nos han catapultado a una zona vertiginosa que requiere de un compromiso global para evitar cambios sin precedentes en el planeta.
El objetivo marcado en el Acuerdo de París, que pretende evitar que el calentamiento global supere los dos grados centígrados a finales de siglo, está en peligro. Máxime si tenemos en cuenta que las previsiones para 2017 es que las emisiones de CO2 batan un nuevo récord desfavorable.
Nuestro futuro está en juego.